En camilla
atravieso la frontera
que separa de lo real la fantasía.
Carreras como tempestades
entre murmullos de silencios
acuden entrecortados al hueco de mi
soledad.
En la sala de urgencias,
con la mente empobrecida,
hila el tiempo su lentitud, mientras,
lúgubre y paciente, yago indefenso
bajo la amable tiranía del doctor.
Obligados por la gravedad,
se precipitan, gota a gota, a mares, los
sueros.
La jeringuilla abre las venas
mientras cierra el algodón sus
surtidores.
La impotencia crece con el sopor
y afuera, en el vestíbulo,
la desesperación familiar se acrecienta.
Mas nada duele en vano,
ni aun el embrujo de un sueño.
Sólo me rescata de los fríos febriles
el Cupido de mis mejorías,
que me dibuja en el alma un clavo
ardiente
al que, náufrago, me agarro.
Y cuando esculpes en el aire con tu voz
mi nombre, entre tus labios
el beso de un arcángel regresa del cielo.
(Tormentas, tormentos y otros poemas personales, 2000)