Certamen de poesía
Premio Andrés García Madrid
Por iniciativa del Ateneo Cultural 1º de Mayo de CC.OO. de Madrid se convoca cada año, desde 1999, el Certamen de Poesía que lleva el nombre del amigo y poeta, fallecido en el año 2000, Andrés García Madrid.
Después de cada edición, los poemas premiados se publican en el Madrid Sindical, periódico mensual de este sindicato. Comparten páginas los poemas con las noticias sindicales. Es decir, que los poetas comparten el lugar de los panaderos, metalúrgicos, médicos, albañiles... Este hecho, tan simple en apariencia, produce sin embargo efectos extraordinarios. Ayuda a acortar las distancias que separan a la literatura, en especial a la poesía, de la «inmensa mayoría». Desmitifica el halo que a menudo pretende sacralizar la palabra poética. Además, y quizá lo más importante, permite que estos poemas realicen la misma travesía que el texto de un Convenio Colectivo, la noticia del cierre de una fábrica o la última sentencia que reconoce los derechos de un trabajador inmigrante.
Salieron de la imprenta y su destino no han sido los estantes de las librerías. Guiados por las manos más expertas, las manos que conocen todos los oficios, llegaron hasta el fondo de las fábricas, a las estaciones de tren, a lo más alto del más alto edificio en construcción, a las escuelas, a las panaderías, a los bares, a los hospitales. Han esperado, impacientes, la hora de la salida en los mostradores, junto a los sacos de harina o sobre la pila de ladrillos.
Con el Madrid Sindical han entrado en los despachos de abogados, en los juzgados. Han compartido la alegría del nuevo contrato y la incertidumbre del despido. En los mercados se han mezclado en las conversaciones para tomarle el pulso a la vida cotidiana. Se les ha visto en la calle, al sol, los días de manifestación. Haciendo gala de la utilidad de la poesía, han servido de lema de pancarta o de urgente parasol.
De vuelta a casa algunos ejemplares quedaron olvidados en los asientos del metro, iniciando entonces viajes inesperados. Uno sirvió, tal vez, de improvisado catón al albañil búlgaro o al hijo de la cocinera nigeriana, que aprendieron, con estos versos, sus primeras palabras en español. Al tiempo, en este Babel, en este ir y venir de una lengua a otra, bien pueden presumir de haber sido traducidos a multitud de idiomas.
Otros ejemplares, pocos, los más tristes, esperan aún intactos en los cajones de la Sección Sindical que nunca los reparte, pero ese es otro asunto. En el camino, a todos los valores que tenían les han ido añadiendo los que les otorga el tacto de las manos acostumbradas al hierro y la madera, que amasan el pan, construyen puentes, curan, tejen, acarician… Cuántas veces acabaron exhaustos, con las hojas desgajadas, en el fondo de la bolsa de trabajo, para recobrar el aliento al ser leídos de nuevo. Una mancha, entonces, matiza o desdibuja un adjetivo acaso exagerado.
Matías Muñoz y Manuela Temporelli, 2008